martes, 3 de noviembre de 2009

Sabiduría surrealista de un sábado sin sentido.

Mi pecho estaba abierto, había sufrido una vivisección, el alma se me salía y el frío ocupaba su lugar. Desperté. No había nada en mi pecho, ni cicatrices. Sentía una opresión muy grande. No tenía fuerzas y las cpstillas dolían. Estaba inmóvil en mi cama, estaba inherte en mi cama. Súbitamente comencé a recordar: mi ilusión, la noche, tu beso ajeno, mi desilusión, mis celos, mi enfado, mi tristeza, mi desesperación, mi fallecimiento.

El coraje inundo mis venas y me dió fuerza para levantarme, desentenderme del mundo y de la pena. Estaba enfurecido comigo por habere permitido enamorarme así de ti. Estaba colérico por que sufría. Ardía mi sangre en sólo pensar que todo era predecible, de que de cierta forma era parte de mi apuesta: perder. Entonces decidí desquitarme con el culpable de mi malestar, conmigo.

Me vestí, busqué algunas cosas necesarias para no sucumbir ante la próxima tortura que habría de propinarme. Salí, el cielo estaba nublado, el suelo mojado y mis sentimientos destrozados. Llovía, era buena señal para mi. El trayecto fué rápido y el recorrido imperceptible. Recuperé mi anonimato en las masas, conformaba parte del ejército de almas conundidas, perdí mi sonrisa y en vez de eso adquirí una mirada sumida en la desesperación y el sinsentido.

Caminé por un rato para encontrar cual sería el punto de partida de mi cuerpo, dónde sería el lugar de inicio. No quería parar, prefería seguir caminando sin rumbo alguno y perderme en la vastedad de ésta tierra, olvidarme de mi y no encontrarme más que con la geografía de éste país, evitarme, dejar de pensar y convertirme en un fantasma corpóreo. No quería saber de mi. Sin embargo tenía un castigo que atender.

Encontré un lugar que serviría de puerto de donde zarparía el buque de la autoflagelación, pero mi equipaje resultaba estorboso, así que le pedí a una afable señora me asistiera con las pertenencias. De manera muy cordial aceptó. Le agradecí y comencé. Iba a correr hasta no poder moverme, hasta que se acabara el camino y un precipicio se presentara como salida.

Me puse al trote y pensaba en ti, pasaba la distancia y seguía pensando en ti. Me enfurecí. Aumenté la velocidad y tu recuerdo me mantenía el paso. La música, la música sería el vehículo de mi mente para perder a tu recuerdo. Aumente los decibeles. Seguías ahí. Irónicamente los himnos que algun momento dediqué a tu belleza me echaban en cara mi suerte. Le exigí más a mi cuerpo, quería purgar el dolor de mi alma con el dolor de mi cuerpo. Aumenté las exigencias.

Había recorrido apenas 5 kilómetros y mis piernas pedía descanso, también lo hacía mi alma; ninguno habría de obtenerlo. Dupliqué la distancia y la respiración era dificultosa debido a la fatiga y a la molestia de mis costillas al respirar. Continué. No quería detenerme, no hasta que mi memoria junto con tu recuerdo se hubiesen perdido, quería que quedaran rezagados y no volver a recorrer ése camino. Seguía corriendo.

Todo se apagó.¿Lo había logrado? ¡Lo había logrado! Me desafané del mundo terrenal; me había separado de la realidad y con ella de mi sufrimiento. Habí roto la separación de los planos de existencia. Que sensación tan extraña, donde antes estuvo mi cuerpo ahora tengo la sensación de un hormigueo. ¿Será esta la forma en que el alma se manifiesta al estar libre?

-¿Estás bien?-
¿Quién me habla? En verdad hay un ser que dispone de la suerte de los mortale y ahora me está hablando, mi falta de creencia en él va a traer problemas.

-¿Estás bien?-
-Fíjate si respira-

Son dos voces. ¿Respirar? No necesito respirar ahora, soy libre de esas ataduras.

- Si esta respirando pero no contesta.- Es la primera voz.
- Le voy a hablar a una ambulancia.- Es la voz que escuché después.
- Si, creo que se desmayó.-

¡Que descepción! No logré nada, sólo un desmayo. ¡Maldita sea mi suerte!

El dolor de nuevo llegó, se había quedado rezagado pero ya me alcanzó. Las piernas palpitaban. El pecho se enfriaba. La boca sabía a metal. Me voy a ahogar. Me voltean, no quiero abrir los ojos, no quiero regresar, estaba tan tranquilo conmigo mismo. Sangre, tengo sangre el la boca. Escupo, toso y tengo ganas de llorar. Haré las dos primeras. Más sangre, las costillas me indican que sigo en mi cuerpo. Me tranqulizo y respondo: - Estoy bien, gracias- pero no quiero abrir los ojos.

-¿Estás seguro?-
La verdad es que me estoy ahogando en un adepresión muy grande, pero no lo confieso. - Si gracias, ya estoy mejor, sólo me caí- me caí de una ilusión que estaba muy alta y el aterrizaje no fue muy placentreo que digamos.

(...)
Powered By Blogger