jueves, 24 de diciembre de 2009

Domicilio prestado, sentimiento propio (¿Cuento Navideño?)

Con la noche filtrándose por el ventanal de un cuarto piso, me disponía a recibir la fiesta de natividad en compañía de mi sombra. Un Pollo horneado y cubierto de hojuelas de maíz y un poco de pasta con salsa de chipotle cumplieron el requisito gastronómico de esta fecha. Enmarcado por un ámbito de melancolía tuve mi cena de navidad, a la que asistieron puntualmente los recuerdos y anhelos de mi vida.

Conversé conmigo mismo por largos ratos de silencio y degustaba la comida de manera imperceptible, la luna se asomaba de media cara para iluminar mi completa soledad. Entre tanto bullicio por la ausencia de cordura una melodía luchaba contra el tiempo para no extinguirse.



Entonces pude apreciar la belleza de mi ridiculez, levanté la copa de vino y brinde de manera alegre:
-¡Felíz Navidad Sergio! ¡Felíz Cursifiesta!-
Apuré la copa y descansé en el sillón. Seguí recordando y anhelando. Seguí siendo un elemento principal de aquella imagen decadente y desesperanzadora. Seguí siendo yo.

Cansado de tanto festejo en la cena y el brindis me retiré a la cama, intenté ahogarme en la almohada y al ver que fallaba decidí dormir y esperar a que, ya fuese Santa Claus o el niño Jesús (según su tradición), trajera un poco de felicidad y compañía a mi patético festejo de natividad.
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