martes, 26 de enero de 2010

Sueño

Tomaste mi mano y con un susurro dijiste: ¡Acompáñame! Azorado seguí el trayecto que marcaron tus pasos. Comenzamos a subir las escaleras acomodadas en espiral. No me soltabas, pareciera que un temor por mi caída lo impedía, el sudor comenzó en tu palma y se mudó a tu frente, no podía percibir la fatiga del recorrido, pues era inexistente y tu sudor provenía de un nerviosismo evidente.

no pude contener por mucho mi curiosidad y me detuve abruptamente en un descanso de la escalera, provocando que voltearas y me reprocharas con la mirada la súbita decisión y antes de que pudieras convertir en verbo la inconformidad que te causaba te silencié con un beso. Puedo decir ahora que tenías espectativas en un atrevimiento semejante y correspondiste a mis labios. Mientras yo cuestionaba mi suerte y buscaba una explicación que justificara el disfrutar el sabor de tus labios; por otra parte tú estabas en una línea de pensamiento muy distinta y distante a la mía. Rodeaste mi cuello con tus brazos con tal fuerza que por unos instantes el aliento me faltó.

Ví en tus ojos el brillo de la felicidad y la premunición de una gran tristeza. Continuamos nuestra marcha al final de las escaleras. Un temor comenzó a cobijar mi pensamiento de manera inexplicable,de repente aventurárme a lo desconocido mientras me sujetabas de la mano no resultó algo seguro. Abrí la boca para externar mi inquietud, pero uno de tus dedos selló mis labios al tiempo que abrías una puerta.

Inmediatamente te abalanzaste a mi pecho, me abrazaste, tal vez con la esperanza de encontrar en los latidos de mi corazón reconfortarte y tranquilizar; buscabas en mi temeroso palpitar un poco de valor. Me besaste.

Caminamos por un pasillo que se presentaba oscuro y ominoso sin hacer ruido alguno para que nuestra presencia no se hiciera evidente ante el silencio que habitaba el lugar. Nos detuvimos cerca del final de aquel pasillo y giramos a nuestra izquierda para quedar de frente ante una nueva puerta y entonces supe que esta vez me correspondía abrirla y penetrar en el misterio de lo que resultaba invisible para los dos. Te resguardaste en mi espalda, resultando ésta tu escudo. En cuanto la puerta reveló aquello desconocido al mundo de lo visible tu rostro se ocultó en mi nuca y dejaste escapar un sollozo que revelaba una dolorosa sorpresa.

(...)

No hay comentarios:

Powered By Blogger